jueves, 5 de abril de 2007

La Cabra o ¿Quién es Silvia?, de Josep María Pou.


Hace dos semanas tuve la ¿suerte? de ver el espectáculo por el que Josep María Pou fue galardonado con varios premios, entre ellos el nacional de teatro. Se representaba en el Teatro de Bellas Artes, y narra la historia de un hombre, prototipo del burgués triunfador en casi todos los aspectos de su vida, que ve cómo se viene todo su mundo abajo al comenzar un apasionado amor por una cabra, llamada Silvia. Hasta aqui, todo bien. La cosa promete. Pero no. Horror horror. Nunca había visto a Pou trabajando, y si, es bueno y tal, pero bueno, nada sorprendente, incluso a veces bastante afectado de más, pero ése no es el problema. Desde que la actriz que representa a su mujer entra en escena sabía que no había elegido el espectáculo adecuado para esa noche. Se pasa toda la obra chillando como una becerra, sin pasar el texto en absoluto por el cuerpo, sin creerse nada de lo que dice, y realizando una y otra vez el tan manido movimiento-mambo (cuando se da uno la vuelta como con mucho orgullo, y sigue hablando de espaldas al otro, mientras sigue caminando) cuando quiero resaltar que estoy "muy pero que muy enfadada". Del chaval que hace de su hijo, casi mejor ni hablar, sólo decir que el pobre tenía la voz absolutamente cascada de tanto gritar. Porque señores, en esta obra se grita, y mucho. El último de la galería es un actor cincuentón que hace de amigo de Pou, muy malamente, todo hay que decirlo, pero que mucho mucho. Las interpretaciones de los actores, aparte de bastante flojas, me han parecido que no cuadraban unas con otras en el estilo, pues si bien Pou optaba por un registro naturalista, la mujer estaba muchos más grados por encima, recordándome a ciertos personajes de "Noche de fiesta", o de Lina Morgan, lo que provocaba en mi una cierta sensación de "¿Pero qué coño me están queriendo decir??". Por otro lado, una iluminación absurda utilizada para un cambio de escena absurdo y un final que cae en los abismos de lo ridículo cuando meten una cabra muerta en escena que no se la creería ni mi sobrina de diez años hacen de este espectáculo una de las maoyes sorpresas de la temporada teatral. La sorpresa de que le hayan dado el Nacional de Teatro.

5 comentarios:

Rfa. dijo...

Estoy contigo en casi todo lo referente a las interpretaciones, Dragomira. Especialmente en lo del actor que hace de hijo. No sólo grita (mal): también corre (mal). De hecho, se pasa la obra entera echando a correr y deteniéndose en seco. ¿Que no tiene voz? ¡Será de tanto esfuerzo!
También coincido en lo que dices de Pou: aunque se le notan las tablas, también se le notan los tics. Hay veces en que el actor está por encima del personaje. Y eso, claro, estropea la magia.
Donde no estoy de acuerdo es en tus opiniones sobre la actriz que hace de madre. A mí sí me gustó. ¿Que chilla? Hombre, pues claro. (SPOILER)¿Qué harías tú si supises que tu marido se está follando a una cabra?(FIN DE SPOILER) La base de la historia es tan tremenda que cabe esperar cualquier tipo de reacción por parte de los personajes. Incluída la histeria. Y esta mujer, por mucho que tú digas, hace muy bien de histérica. Una histérica bastante cínica y divertida, además.
Lo mejor de la obra, sin embargo, no son los actores. Lo mejor es que ese desproporcionado absurdo que tú mencionas, el de una cabra muerta (o viva y con nombre de mujer, o con novio arquitectísimo, da igual) tiene un inquietante punto de conexión con la realidad. No quisiera ponerme trascendente, que sólo de pensarlo me da risa, pero en este caso creo que es inevitable. En la vida siempre hay una frontera que no nos atrevemos a cruzar por prejuicios, y La Cabra representa precisamente eso: todo lo que nos negamos, lo que dejamos al otro lado de la frontera. Y no voy a entrar en consideraciones morales sobre si está bien o está mal negarse las cosas. De lo que se trata es de que nos las negamos. Y de eso va La Cabra. A mí, vista desde esta perspectiva, la obra me gustó mucho.

Anónimo dijo...

En cuanto al texto, creo que si tiene posibilidades de hacer que nos afrontemos a la cara más oculta de nuestros deseos, pero, de verdad, la interpretación de esa mujer me ha parecido nefasta. ¿Te acuerdas de la manera que tiene de romper los cuadros?. Es que me parecía estar viendo a una de las secundarias de Lina Morgan...No me lo creí en absoluto, creo que porque ella tampoco lo hizo. Excepto en un pequeño quiebro final, mantiene durante toda la obra, antes y después de la "noticia", los mismos gestos afectados que provacaban en mi un sopor absoluto.

Anónimo dijo...

En Kentucky, de donde yo soy, esta historia de amor entre un hombre y una cabra, no sorprendería a nadie...
De hecho, todo el mundo en Owensboro lo ha probado alguna vez...

Anónimo dijo...

Lo realmente curioso es lograr que un Mapache ahulle como un coyote.
Un viejo trampero que vivía en la Cañada Seca, me comentó un dia que, tras mucho toma y daca, consiguió que un mapache rabilargo intepretase a capella el Himno Nacional.
El dolor que podía sentir el pobre animal es inimaginable.

En aquel lugar, todo el mundo bajaba al río a hacer que ahullaran los castores, y se creyó durante algun tiempo, que los coyotes habían bajado a los ríos.

Se cree que los castores tambien poseen esta facultad, pero aquel viejo trampero murió a causa de una infección y las gentes se quedaron sin comprobarlo.

Asií somos en la Frontera...rudos.Y ásperos.

Anónimo dijo...

Juas Juas.