jueves, 15 de noviembre de 2012

San Andrés de Teixido

La primera vez que escuché hablar de este lugar fue sin duda en el colegio, muy de pequeñito, allá por el principio de lo ochenta del pasado siglo, en clase de Gallego. Se nos decía de él que era un lugar muy especial cuya peculiaridad era que si no ibas de vivo en peregrinación, cuando te murieses ibas a tener que ir hasta allí de todos modos, cargando con el peso de la muerte, de la culpa y de la podredumbre, adivino. Vamos, que en caso de apocalipsis zombie, no es un lugar seguro para guarecerse ni para establecer el campamento base. 
El asunto es que esta obligatoriedad celestial de tener que ir allí sí o sí parte de un sentimiento tan vil y humano como es la envidia pura. Cuenta la leyenda que el Santo de este lugar, ante el aluvión de visitas que estaba recibiendo el santuario de Santiago (y eso que de aquellas todavía no estaba hecha el mastodóntico Gaiás y su Ciudad de la Cultura), se quejó al Altísimo y éste se le apareció allí mismo en compañía de San Pedro (se supone que le había acompañado al lugar como quien acompaña a un colega a por tabaco o al 24 horas), asegurándole que no tendría más motivos para estar cariacontecido, tristón y envidioso, porque Dios mismo le aseguraba que todo aquel fiel que no fuese a su santuario en vida, lo debería hacer una vez muerto. Toma ya. Eso es marketing en estado puro. Eso es saber hacer las cosas. Eso es ser un auténtico Dios de las Relaciones Publicas. Hecho esto, San Andrés se puso muy muy contento y todo comenzó a ir de perlas en el santuario. 
Como anécdota está bien, apuntalando la consabida realidad de que quien no llora no mama. Lo malo es que al fin y al cabo El Buen Dios está premiando la envidia y la pataleta. Por eso es que hay otra leyenda que sustenta la venta de camisetas y recuerdos en este lugar. Dicen los más viejos del lugar  que San Andrés, discípulo de Jesús, viajó en su barca hasta este lugar, naufragando en la costa, convirtiéndose su barca en el peñasco conocido como A Barca de San Andrés. Una vez allí, comenzó a darle la murga a los pobres castrexos para que se convirtieran a la verdadera religión. Pero estos no le hicieron mucho caso, y bastante buenos fueron que no lo atravesaron de lado a lado con una falcata ni tampoco lo corrieron a boinazos como solía ser la tradición. Ésa falta de vocaciones provocó en el depresivo santo un entristecimiento mayúsculo, ante lo cual, se le apareció por allí Dios y San Pedro (este dato de ir acompañado no falta nunca, se ve que a esta zona ni Dios quería venir solo), y se le hizo la cesión a perpetuidad de una romería en la zona con el epígrafe conocido: quien no fuese allí de vivo, lo haría de muerto. Vamos, que se ve que a el Señor del Cielo le caía muy bien San Andrés si no no se explica tamaño regalo por la pérdida de una chalupa y por hacer su trabajo como el culo. 
Hasta aquí los datos históricos. El caso es que sin comerlo ni beberlo ni haberme levantado con eso en la cabeza, entre unas cosas y otras hoy he acabado allí. He ido a As Pontes de García Rodríguez, y tenía cuatro horas libres antes de tener que presentarme en Ortigueira, con lo que mirando en mi guía de viajes he descubierto que cerca de allí estaba aquel legendario lugar que me remitía a los libros de lecturas de la EGB. Así que allí me fui. Pero me fui, creo, por el lado largo. 

Tradición y modernidad en estado vacuno

El caso es que desde Ortigueira cogí todo por el monte arriba, por unos caminos impresionantes, desde los que se pueden ver unas vistas alucinantes por un lado (allí está el acantilado más alto de Europa, dicen los lugareños), y por el otro, caballos y vacas salvajes. De hecho, cuando ya mi vértigo estaba empezando a molestarme dada la altura a la que me encontraba, veo que en el medio de la carretera está tirada una ternera, toda pancha. Con la madre al lado mirándome con cara de "como la toques vas tú y tu coche ladera abajo". Armado de paciencia me fui a la cuneta (del lado interior, por supuesto) y pude pasar sano y salvo tras hacer muchos cálculos para no rozar al impertérrito animal. Bueno, el asunto es que merece la pena venir por este lado, la vista es una maravilla, y la conjunción de vacas, acantilados y molinos de viento unen más los conceptos de tradición y modernidad que un disco de Luis Cobos o incluso que el rapeado de versos de Calderón. 
El santuario en sí es de un gótico marinero muy bonito, las casas que lo rodean están muy bien conservadas, pero se lleva la palma el enclave en el que se encuentra, absolutamente impresionante. No me extraña que haya sido un lugar de culto desde la Edad del Hierro, en época castrexa. Un enclave especial, dotado de esa magia que tan bien la Iglesia supo aprovechar para transformar el culto autóctono en culto cristiano, como bien nos cuenta san Martín de Dumio en su gran bestseller de la época De correctione Rusticorum, verdadero manual de cómo transformar los cultos prerromanos en civilizados ritos cristianos. Pero bueno, esto ya es otro tema y será otro quien lo deba explicar...

martes, 6 de noviembre de 2012

Una noche toledana

Yo no sé lo que me pasa en Noviembre, pero siempre, siempre, todos los años, me pongo enfermo. Será porque cojo frío, será por lo que sea, pero no hay mes de Noviembre que no me tenga que pasar un par de días en cama. Bueno, realmente nunca me los he podido pasar, arrastrado como iba por los caminos de Dios estos últimos cuatro años. Pero este año sí. Este noviembre le plantaré cara a los virus, a los mocos y a la fiebre y pienso quedarme en casa por lo menos dos días, hasta que se me pase. Dos días en cama leyendo o viendo películas, me da igual. Pero dos días de calma y asueto. Y cómo los voy a agradecer. Esta noche ha sido interminable, más que nada porque tengo asma, y no tenía Rilast, el respirador que hace que la Banda de Gaitas que se me coloca en los pulmones cese de sonar. Pues esta noche no tenía tal ayuda, y como tampoco tenía acceso al coche, pues no he podido ir a ninguna farmacia. Resultado: toda la noche intentando dormir con Carlos Núñez tocando en mis bronquios. Y así, señores, no se puede dormir. Así que hoy me he levantado, me han llevado a la farmacia como a un abuelete, y por fin pude tomar mi dosis anti-gaitas. Ahora ya puedo pasarme el día tirado recuperándome de la noche toledana. 

miércoles, 31 de octubre de 2012

Truco o trato...

Esta noche me ha pasado algo que creo que hace unos años (muy pocos) sería absolutamente increíble. Llegaba a casa y un grupo de niños ataviados con disfraces de bruja y con la cara pintada salían del portal con bolsas de caramelos, al grito de "truco o trato". Y entonces es cuando uno se siente Mister Scrooge maldiciendo y poniéndose uno hostil con esta costumbre que se me antoja artificial y ajena. Y no es que me siente bien ponerme en este plan, pero es que sé que en unos años esto será la tónica habitual de esta noche. Una vulgar imitación de las películas americanas. Y antes que  el paso de los tiempos haga olvidar que hace años la gente no se disfrazaba de película de Tim Burton, quiero dejar por escrito que no siempre fue así.  Porque esta noche, que tanta tradición tiene en Galicia con respecto al culto a los muertos, se convierte por obra y gracia de una aculturación a la brava en una vulgar simulación de un carnaval temático, como de PortAventura, en el cual los padres y las madres se disfrazan de brujos, brujas o zombies y pasean por ahí sin otra cosa que hacer que pedir caramelos. Estoy hablando de frivolizar absolutamente una tradición, nuestra tradición de, por ejemplo, poner comida en las mesas a la noche para que los difuntos disfrutaran de una buena paparota esta noche (algo que hacía mi abuela, por ejemplo). Supongo que habrá otras muchas tradiciones, si tener que acogernos a una vulgar copia de lo que vemos en la tele. Y la culpa de esto no la tienen otros que los que se inventaron la tradición del Samaín, que en mi opinión no es otra cosa que llamarle de otra manera a lo que todo dios conoce como Halloween, pero ocultando el término. Porque supongo que a muchos decir que celebran "Halloween" les parecería como mucho extraño y claramente yanki (ya sé que el origen es Irlandés, pero bueno, no nos llega de allí, sino de las películas americanas, estoy seguro), pero decir que celebran el "Samaín", pues hasta les parecerá un asunto súper de aquí, retorciendo la realidad hasta el punto de hacer pasar por la recuperación de una tradición lo que es simplemente aculturación. 
Y lo peor es que acabo de buscar "no a halloween" en internet y veo que todo lo que me sale es de grupos ultracatólicos. Y entonces es cuando me dan ganas de reivindicar esta noche. Porque se ve que criticar al Halloween lo hace sobre todo la gente súper españolista y así como muy de derechas. Y es entonces cuando, a falta de aliados, me pregunto hasta qué punto tiene importancia todo esto. Y me decido a salir de noche, para celebrar algo.  No sé lo qué. La incongruencia, al menos. Que no es poco. 

La culpa y el gusto del no hacer nada


Durante cuatro años me he venido levantando todos los días a las seis de la mañana, pasado seis horas por la mañana asistiendo a clase, para después comer raudo y veloz y conducir 100 kilómetros para trabajar en otra ciudad. De lunes a viernes. Y los fines de semana, trabajando igualmente. Mi tiempo se dilataba hasta límites insospechados y era capaz de hacer mil cosas a la vez. Durante cuatro años. Ahora todo ese trajín, de golpe, se ha frenado, y comienzo a vivir una vida más tranquila. Ya no tengo que madrugar, soy dueño de mi propio trabajo (o de mi propia falta de trabajo, en muchas ocasiones), no tengo una nómina maravillosa pero en cambio tengo bastante tiempo para dedicarme a seguir formándome y a tirar por mi propia empresa. Y ahora tendría que venir la recompensa a todo este trabajo. Pero mientras no llega, (si es que llega en algún momento) creo que me merezco, de todos modos, unas buenas vacaciones. Las que hace casi dos años no me pude permitir por falta de tiempo. Pero he llegado a la conclusión de que no sé hacerlo. Quiero decir, que me encantaría pasarme tres semanas sin hacer absolutamente nada, pero si me paso una mañana rascándome las bolas enseguida me empiezo a preocupar, a pensar en el futuro, a pensar en cómo hacer para seguir teniendo trabajo, en que la máquina no se pare, en qué va a ser de mi. Y es un coñazo. Exijo (me exijo de hecho) el derecho a no hacer absolutamente nada, a pasarme días y días viendo cine, leyendo libros, mirando por la ventana, escuchando música, rascándome la nariz, sacándome pelotillas del ombligo, lo que sea!. Es un aprendizaje como otro cualquiera, pero que después de cuatro años de estrés absoluto, creo que me lo tengo merecido. El derecho a no hacer nada. A mirar para el aire. A poder pensar en nada más que en las nubes que pasan o en que el gato tiene legañas y hay que quitárselas. Por que de ahí, de esa sensación cercana al aburrimiento, es de donde estoy seguro que parten las grandes ideas. 

martes, 30 de octubre de 2012

Gracias Diancecht!

Dos años sin escribir...dos años desde que el contacto directo de Facebook ha hecho que el mundo de los blogs caiga en el más absoluto de los silencios. La libertad que da el anonimato de éstos se transforma en la edificación de una personalidad ficticia y en la propaganda de lo que uno hace o deja de hacer...no creo que el cambio haya sido bueno. Pero hoy me levanto temprano (porque no he apagado el despertador del móvil ) y veo que Ferdiad ha colgado algo en su blog. En esa página que tan buenos ratos me había dado hace años. Y me da un alegrón, así, sin pretenderlo. No por lo que escribe, que también, sino por el hecho de retrotraerme a un lugar que creo que todavía puede tener posibilidades, un lugar en el que la palabra todavía puede ser reflexiva, en el que uno entra para leer algo más que cuatro líneas. Y sobre todo, en el que se pueden escribir algo más de cuatro líneas. Él lo ha escrito y lo ha colgado en su facebook. Yo, por mi parte, intentaré seguir preservando mi anonimato, no por ningún motivo de corte criminal, o por cobardía con respecto a las consecuencias de lo que pueda escribir aquí, sino por simple comodidad y libertad de acción. Como ponía ayer un blog impresionante, Descartemos el Revólver, de Juan Tallón, es un verdadero aburrimiento ser siempre "nosotros mismos", y creo que es una de las revoluciones que tenemos que hacer, para quedar a salvo del vértigo del mundo y sobre todo, para quedar a salvo de eso tan peligroso que puede ser la "construcción de nuestra personalidad".