martes, 13 de marzo de 2007

Fausto, de Goethe.

Bueno, pues ya está, me lo he terminado, y tengo que decir que no sin esfuerzo. El libro en si, incluídas las dos partes, no es demasiado largo, menos de cuatrocientas páginas en la edición que yo tengo -de orbis, con unas notas a pie de página más densas si cabe que el propio texto-, pero a medida que avanzamos el estilo del autor se va haciendo cada vez más oscuro y enrevesado, lo que hace que, al menos para mi, la lectura de la segunda parte casi se convierta en una tour de force por comprender el significado de las miles de referencias tanto mitológicas como filosóficas, literarias y teológicas que utiliza Goethe para construir su opera magna, alquímicamente hablando.
La primera parte, escrita entre los años 1797 y 1806, participa del espíritu de la primera época de Goethe, menos imbuído del clasicismo que desprenderá toda su obra tras su viaje a Italia. Su lectura es muy amena, recordando en muchas ocasiones tanto en la forma de expresarse como en los ambientes tétricos que crea a la obra de Shakespeare. Goethe se basa en una leyenda medieval, ya utilizada por Marlowe, en la que un nigromante-alquimista, en la línea de Paracelso o Agrippa, vende su alma al diablo para conseguir un saber que vaya más allá de los límites humanos. Goethe introduce en su versión la figura de Margarita, muchacha que Fausto desea con tal ánimo que no duda en servirse de los poderes infernales de Mefistófeles para conseguir sus favores. En esta parte me recordó bastante a ese pedazo de libro que es "El monje", de Mathew Gordon Lewis, preñado de espíritu goethiano hasta la médula. Margarita se parece mucho a la Ofelia de Hamlet, al ser un espíritu balanceado por todos los que tiene a su alrededor, que ante la pérdida de su inocencia no le queda más salida que la locura. Acaba la cosa con la muerte de ésta y su subida a los cielos, dejándonos un poso de esperanza al mostrársenos la piedad de Dios con estos pobres títeres de potencias superiores -hay que recalcar que todo este tinglado se monta porque Dios hace una apuesta con Lucifer por ver si Fausto es tan bueno como parece, lo que no deja en muy buen lugar al Creador-.
Pero la segunda parte es harina de otro costal. Fué escrita en el espacio de muchos años, siendo acabada en 1831, poco tiempo antes de la muerte de Goethe, y su estilo ha cambiado radicalmente, densificándose de tal manera que en ocasiones da la sensación de que hay que abrirse paso y avanzar en el texto como si estuviésemos excavando una pared de arcilla. Los escenarios cambian continuamente, produciéndose una explosión de personajes, situaciones, paisajes, milagros y hasta movimientos telúricos que provocan un apabullamiento del lector, sumido en toda una serie de sensaciones que le hacen sentirse pequeñito pequeñito. Lo que más destacaría de esta parte son tres momentos: el primer acto, en el que para remediar la miseria en la que vive la corte del Emperador, se decide excavar las riquezas de un monte, habitado por cientos de seres gnómicos y grotescos. El final del tercer acto, en el que la unión de Helena de Troya -que simboliza el clasicismo- con Fausto -que hace lo propio con el romanticismo-, crea a Euforion, la poesía moderna -que Goethe asimilaba a Lord Byron-, que nada más nacer comienza a escalar una enorme montaña, para arrojarse desde su cumbre emulando el vuelo de Ícaro. La última parte que quiero destacar es el cuarto acto en su totalidad, en el que se narra una batalla entre el Emperador y su enemigo -llamado sabiamente Anti-Emperador-, que vuelve a recuperar un poco la inteligibilidad tras el embarramiento anterior.
Me llama poderosamente la atención el hecho de que al final Fausto se salve de las llamas del infierno eterno a causa de la intercesión del mismísimo Dios, que parece indicar que bueno, al fin y al cabo alguien con tantos deseos y anhelos, alguien que busca con tanto ánimo un objetivo, merece ser salvado. Nietzsche creo que leyó este final bastante veces, me da la sensación. Después de ver los excesos que el amable pueblo alemán se permitió en el pasado siglo, creo que a esta visión del Fausto le vino de perlas la revisión que Thomas Mann escribe en los años cuarenta, en la que el doctor Fausto, en este caso un músico, se va derechito a los abismos infernales tras una vida de auténtico Superhombre.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Dragomira( eres rumano, no?)
Debo decirte que muy buena prosa, muy buena, pero no trates de asombrar a nadie, puesto que ya me lei ese libro con 18 años......
Te recomiendo que te leas "las aventuras de Reineke el Zorro", que me parece que lo pillaras algo mejor... deja de fusilar a los KLASICOS

Anónimo dijo...

Ah, lo olvidaba:
¿la edicion que "tu tienes"...?
Pero no nos mientas y dinos de donde la has robado, Rumano.......
"la edicion que yo tengo..." es que me parto....
Puto ladrón.....

Anónimo dijo...

Sabes que sé que el analisis esta bastante bien......pero no dejas de ser lo que eres....
¡¡¡Un LADRON!!!! devuelve el libro de la biblioteca donde lo robaste

Dragomira dijo...

Dark Rider....te he dicho que tengo 8 años????. Gracias por tus apreciaciones, amigüito.