domingo, 11 de marzo de 2007

Bahía de sangre, de Mario Bava


Después de un soleado día transcurrido de terraza en terraza, sin más estrés que el producido por la aparición televisiva del agorero del apocalipsis encabezando una manifestación de españoles decentes, nos dispusimos a continuar con el mini ciclo Mario Bava, en esta ocasión con "Bahía de sangre" (Reazione a catena/Ecologia del delitto), que dirigió en 1971, fructífico año en el que realizó también "Quante volte...quella notte" y "Orgía de sangre".
Mario Bava plantea un argumento de plena actualidad: una bahía paradisíaca de gran potencialidad turística es ambicionada por varios grupúsculos de personas taimadas que pretenden destruir el ecosistema para construir una especie de Marina D´Or Informa. Las salvajes luchas por el testamento de la propietaria, una viejecilla que habita un gótico caserón, sirven de excusa para un largo muestrario de asesinatos a cada cual más artístico -como diría De Quincy-, entre los que nos podemos encontrar el doble empalamiento de una pareja de alegres fornicadores, la partición de cara a base de machetazo que te crió, el ahorcamiento agónico de la anciana en silla de ruedas, y otros muchos tan salvajes como teatrales. Las motivaciones precisas de cada personaje no van más allá de conseguir su propio beneficio personal, sin ningún tipo de moral ni traba ética, lo que hace difícil identificarse con niguno de estos cabrones. El mal, como siempre, triunfa plenamente en Bava.
La aparición de los cuatro jovenzuelos drogadictos y bailaores en el más puro estilo jipi, que ya desde que asoman se les ve caras de ser degollados en breve, prefigura la obra maestra de Tobe Hopper, "La Matanza de Texas", pero si bien en ésta se nos presenta la peripecia de un modo absolutamente salvaje, descarnado,sucio y ultrarrealista, en el caso de la película de Bava todo el ambiente está rodeado por un halo de grand guignol, de una teatralidad grotesca que no permite que disfrutemos realmente de un sentimiento de terror. Desde la sangre, plenamente setentera, de un rojo témpera estilo Hammer, al modo de narrar, pasando por los incomodísimos zooms o a la caricaturización de los personajes, todo hace que nos distanciemos de lo que sucede y únicamente estemos atentos al modo en el que el asesino se curre su siguiente tropelía.
Lo mejor, para mi, el principio en el viejo caserón de la viejecilla, con sus últimos estertores coincidiendo con la parada de su silla de ruedas, y las apariciones del entomólogo chiflado, todo un freak que discute con sus cucarachas, sometido a la autoridad de su mujer, una cartomante con unos pelos dignos de una medusa prerrafaelista.
El final tampoco tiene desperdicio, los dos supervivientes de la masacre -y a la vez asesinos de sus rivales-, son asesinados por sus propios hijitos con una escopeta de caza. Viendo a sus progenitores en el suelo, lo único que se les ocurre decir a las criaturitas es "¡Qué bien se hacen los muertos!", lo que se puede tomar como un negro discurso nihilista sobre la herencia congenita del mal, o como una simple y macabra broma sobre la propia teatralidad de todo el filme.

1 comentario:

Dragomira dijo...

Encantado de que te guste el blog, césar. Déjame un correo y hablamos del tema.