Después de libros como Trafalgar o Peter Pan ya iba siendo hora de hincarle el diente a un buen mamotreto veraniego, y en la playa de Barra, tras una larga conversación en la que se mezclaron las virtudes del juego de palas, la necesidad de llevar sillas de plástico a la playa para estar más cómodos, lo bonito que era correr por la playa así como mi madre me trajo al mundo y lo malo que es Orlando Bloom como actor -véase Troya-, me di cuenta de que aunque me hubisen contado mil veces la historia, no lograba recordar quién coño era de los Troyanos y quién de los griegos. No sé, algo en mi cabeza olvidaba los datos a medida que iban llegando a mi cabeza, y no es por falta de interés, todo lo contrario. El caso es que decidí poner fin a mi ignorancia, y leerme la Ilíada. Me había acabado ya los dos libros que llevaba a la playa (48, Charing Cross y After Dark de Murakami -el primero, muy bueno, el segundo, pasable tirando a malo), y me fuí a la librería del pueblo. Allí estaba, gordo y pequeño como un enano de circo gordo y pequeño. Valor y coraje. No soy precisamente de los que puedan con libros muy gordos, aún recuerdo el fracaso del verano que lo intenté con los Hermanos Karamazov y al cabo de 500 páginas me lo estaba olvidando ya por todas partes de un modo inconsciente porque no podía más con él. Al final lo dejé, y es que no podía con tanto nombre, patronímico, diminutivo que hacían que no me enteresase de nada.
Bueno, allí estaba yo, la playa, mi compañera, el mar, un montón de gente en bolas jugando a las palas o paseando sus verguenzas por la arena y un huevo de páginas por delante.
LA CÓLERA DE AQUILES
A ti perros y aves de rapiña
te van a lacerar
de forma afrentosa,
mientras que a aquél habrán de tributarle
los últimos honores los aqueos
(...)
!No me supliques, perro!,
ni por mis padres ni por mis rodillas.
!Ojalá de algún modo a mí mismo
corazón y coraje me indujeran
a cortarte en pedazos y tus carnes
comérmelas yo crudas!
(...)
ni aunque incontables los rescates,
trayéndolos aquí, me los pesara,
y prometieran otros además,
ni aunque pesar tu cuerpo en oro
el Dardánida Príamo ordenara;
ni aún así a ti tu augusta madre
ha de llorarte muerto,
a ti a quien ella misma pariera,
echándose en el lecho funerario;
antes bien, todo entero
repartirán tu cuerpo entre sí
los perros y las aves de rapiña
(...)
De ambos pies, por la parte de atrás,
taladró sus talones
desde el tobillo hasta el talón
e íbalos con correas amarrando
hechas de piel de buey,
y al carro las ató, mas su cabeza
dejó que se arrastrara
(...)
Y una polvareda
se iba levantando del cadáver
de Héctor que iba a rastras,
y a uno y otro lado de su cara
sus muy negros cabellos se esparcían
y su cabeza entera,
otrora agradable,
ahora yacía en medio del polvo
Héctor es sin duda el mejor personaje con diferencia, aunque a mi Aquiles no me dió tanto asco como a Sir Robin. Creo que su decisión final de devolver el cuerpo de Héctor es de lo mejor del libro, la decisión de un guerrero que a pesar de la cólera a la que ha sucumbido, es capaz de demostrar piedad ante las súplicas de un padre enemigo.
Estes rapaces sonche ben leídos